lunes, 23 de mayo de 2011

MUERTE, INDIGNACION, DOLOR....HASTA CUANDO?

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El Café Iguana cumple veinte años y ha preparado una serie de conciertos gratuitos para toda la gente que le ha sido fiel. Ahí he conocido a gente como el escritor Paulino Ordóñez y el músico Edgar Cuauhtémoc. También por ahí rondaban los de Plastilina Mosh, Koervos de Malta, Inspector… total, la tan publicitada (y explotada) Avanzada Regia. Como todos los sábados, este 21 de mayo se han reunido por aquí jóvenes de entre 18 años hasta pare usted de contar. Pasando las doce de la noche hay ráfagas de armas largas en la puerta y se echan a tres clientes y a Pablo, el guardia de la puerta.

En el transcurso de la mañana del domingo, las redes sociales se pusieron activas con mensajes como los dos que transcribo:

“Nos vemos 6pm frente al Café Iguana con una veladora. La vida es sagrada. #mtyfollow #mtyhastalamadre”

“Hoy, raza de #Monterrey, me informan que se convoca a las 6PM afuera del Café Iguana con veladoras, guitarras. #DespiertayVence #mtyfollow”

Y mientras al mediodía, en el Teatro de la Ciudad se presentaba un concierto didáctico del grupo Potro Rockero para niños (las nuevas generaciones), la generación actual y dos anteriores se preparaban convocando a sus conocidos. Horas más tarde, un mensaje al Twitter agitó las cosas:

“Acabo de pasar por el Café Iguana hay gente dejando flores y veladoras 15:00horas”

¡Tres horas antes de la cita y ya había muestras de indignación! Lo demás fue correr a visitar a la suegra, la madre (compromisos familiares domingueros) y buscar una veladora y una caja rápida para no hacer fila con los que hacen el súper de su lonche de lunes.

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18:00. Una batucada emociona a los asistentes de la convocatoria. Prenden las veladoras que dejan en el suelo justo a un lado de los charcos de sangre seca. La acera está llena de manchas rojas. Literalmente hubo reguero de sangre. Hay marcas de balas desde el borde del suelo y toda la pared hasta llegar al límite de la azotea. En torno a los impactos pegan pequeñas cartulinas anaranjadas donde escriben que no quieren más sangre, que alto a la violencia, que no los juzguen por su apariencia, que dónde carajos están Medina y Larrazábal, que el rock nunca muere.

Cada que la batucada finaliza una pieza, todos aplauden conmovidos. Dicen que nadie acabará con la música porque para muchos que hemos perdido la seguridad en las calles de nuestra ciudad, la música es de lo poco que nos queda. Se despiden y se escuchan más aplausos. Llega una mujer vendedora de chicles. Se hinca ante las veladoras y de una bolsa escondida en su regazo extrae un rosario de madera y comienza a balbucear un padre nuestro… “Padre Nuestro que estás en los cielos… santi fi ca do sea… tu nombre… vénganos… tu reino…” Una fotógrafa ávida de imágenes llegadoras comienza a respirar pesadamente a un lado de la mujer y se toca una mejilla. De pronto la gente que las rodea queda en silencio. Un silencio de muerte.

Un tipo le pregunta a su mujer si trajo cerillos. Ella niega con la cabeza. Él le pide la bolsa y se va caminando hacia la puerta de entrada donde están las delgadas manchas de la sangre que corrió desde los escalones de la entrada hasta las piedras de la calle. Se inclina y saca una, dos, tres, cuatro veladoras. Las enciende y regresa a donde lo espera la mujer.

Suena un cláxon de alarma. Por la calle Padre Mier (que fue cerrada por dos autos y una motocicleta de los asistentes a la ceremonia) una camioneta lleva en la caja a varios agentes que se comienzan a poner capuchas para ocultar su rostro. Descienden y se acercan por un costado de la calle. Por la acera de la entrada al Café Iguana. Llegan portando armas largas. Las personas que están en el otro extremo de la calle comienzan a retirarse.

Alguien grita:

-¡Hey, no se vayan, no nos dejen! ¡Es lo que ellos quieren!

Alguien más grita, desde Padre Mier:

-¡No nos van a quitar de aquí! ¡No nos van a mover nosotros!

Otra persona calma los ánimos y alza los brazos.

Cuando los uniformados se retiran, comienza a saberse la versión del convoy: alguien les había reportado que afuera del Café Iguana había gente con armas largas preparando un ataque.

¿Armas? Afuera del Café Iguana sólo habíamos ciudadanos molestos, con veladoras, cartulinas, flores y teléfonos celulares (en ese mismo instante se estaban subiendo a las redes sociales imágenes de todo lo que sucedía en el lugar).

Justo lo emotivo del evento es que no era un evento, no hubo convocatoria ni política ni de grupos antiviolencia. Vaya que ni grupos de derechos humanos se alzaron el cuello. Un evento netamente ciudadano donde cada uno de los que reenviaron la convocatoria vía redes sociales, email o mensajes de texto de teléfono celular, fueron los organizadores.

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19:00.
Desde la esquina de Padre Mier llega otro convoy. Ahora son una, dos, tres, cuatro camionetas (una por cada muerte) y ahora lo que hacen es detenerse una por una en la esquina para luego virar, como no queriendo la cosa, hacia Dr. Coss. Un activista de Pueblo Bicicletero, que ya había tomado su bicicleta de carreras (a las carreras), apenas ve que los agentes se alejan, se vuelve y dice en voz alta y rasposa: iban a dar la vuelta.

Dieron la vuelta, sí. Pero ya no hay vuelta de hoja.

Fotografías:
ChRenatto
Sara Tamez
Hiperkarma